Cantuña
Es
una de las leyendas más antiguas de la ciudad de Quito. Esta historia comienza
en épocas coloniales, cuando un indígena quiteño se comprometió a construir una
iglesia en Quito. Cantuña aceptó la propuesta de la congregación franciscana de
construir la iglesia de San Francisco en un plazo de seis meses, a cambio de
una gran cantidad de dinero, con la condición de que si no lo lograba, sería
encarcelado de por vida. Aunque parecía una hazaña imposible de lograr en seis
meses, Cantuña puso su máximo esfuerzo y empeño en terminar la iglesia. Para
ello reunió a un equipo de indígenas, y durante seis meses trabajaron día y
noche. Sin embargo, la edificación avanzaba muy lentamente.
Vísperas
de la fecha de entrega, recordando Cantuña el castigo que le esperaba si no
cumplía con su palabra, se puso a orar y a pedir ayuda al cielo para que le
ayudaran a realizar la construcción. Es ahí que, desde las entrañas de la
tierra, vio salir a un hombre barbudo y vestido de rojo, quien en voz baja le
dijo: —No temas buen hombre, soy Luzbel he venido a ayudarte. Te ofrezco
construir el atrio hasta la puesta del sol. A cambio de ello, me entregarás tu
alma. Cantuña aceptó el trato a cambio de su alma, y durante la noche numerosos
diablillos trabajaron mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia.
Al
amanecer, los dos firmantes del contrato sellado con sangre, Cantuña por un
lado, y el diablo por el otro, se reunieron para hacerlo efectivo.
El
indígena, temeroso y resignado, iba a cumplir su parte cuando se dio cuenta de
que en un costado de la iglesia faltaba colocar una piedra. Cual hábil abogado
arguyó, lleno de esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya amanecía y
con ello el plazo caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba
insubsistente. Y así fue que, gracias a que los diablillos no alcanzaron a
colocar una piedra, el indio Cantuña pudo salvar su alma, además de salvarse de
ir a la cárcel.